
Desde sus orígenes, el cine siempre pareció entender de manera intuitiva el potencial que la prosa de Edgar Allan Poe, divino poeta de lo tétrico y lo macabro, encerraba para aquellos que se atreviesen a traducir a imágenes una sensibilidad en ocasiones esquiva. Ya en 1909, el pionero D. W. Griffith dirigió un drama biográfico inspirado en la muerte de su esposa Virginia, cuyo efecto en la literatura de Poe (especialmente, en su obsesión por las doncellas jóvenes, atractivas y con un pie en la tumba) fue completamente insoslayable. Pese a que el título oficial de la película, Edgar Allen Poe, dejaba claro el nivel de fidelidad manejado, el autor de El cuervo se convirtió en uno de los primeros literatos en ser distinguidos con un biopic antes que con la adaptación oficial de una obra suyo. Para eso, tendríamos que esperar hasta La conciencia vengadora (1914), o la personal reinterpretación/fusión que el mismo Griffith hizo El corazón delator y el poema Annabel Lee.
En 1914 tenemos también la primera versión cinematográfica de Los crímenes de la calle Morgue, aunque resulta curioso que sus relatos detectivescos, que tanto influyeron en un género popularizado más tarde por Arthur Conan Doyle o Agatha Christie, hayan sido adaptados con menor frecuencia aquellas las piezas de cámara sombrías y atmosféricas que tanto gustaron a cineastas como Jean Epstein, cuya onírica y arrebatada visión de La caída de la casa Usher (1928) sigue siendo hoy una de las mejores adaptaciones que Edgar Allan Poe podría haber soñado en una noche de delirio etílico. Tras el éxito comercial que Universal Pictures consiguió a principios de los años treinta con sus producciones de terror, Bela Lugosi pasó en un suspiro de protagonizar El doble asesinato de la calle Morgue (1932) a verse las caras con Boris Karloff en Satanás (1934), tan infiel al argumento de El gato negro (que, en teoría, adaptaba) como brillante en todo lo demás.
Habría que esperar casi tres décadas para que Roger Corman contratase los servicios del novelista Richard Matheson en una nueva visita a la Casa Usher. Protagonizada por Vincent Price, esta versión intentaba transformar el triángulo de amor entre Roderick, Madeline y Winthrop en una trama cinematográfica convencional, pero Matheson llegó a la conclusión de que, si querían seguir adaptando a Poe, Corman y él debían aprender de Satanás, lo que equivalía a construir historias completamente nuevas a partir de ciertos elementos temáticos o estilísticos sugeridos por Poe –como ocurre en El pozo y el péndulo (1961) o El cuervo (1963)– o transformar varios cuentos breves en una antología del espanto –como ocurre en Historias de terror (1962)–. Todas ellas estuvieron protagonizadas por el gran Vincent Price, quien también rodó para Corman La máscara de la muerte roja (1964) y La tumba de Ligeia (1965). Todas estas películas, a las que habría que sumar La obsesión (1962), hicieron más por dar a conocer la obra de Edgar Allan Poe entre al menos tres generaciones de lo que muchos profesores de literatura, pese a sus mejores (y muy apreciados) esfuerzos.
VER Jorge López: 10 cosas sin las que el actor chileno no puede vivir Poe es casi infinito. Ha dado para homenajes en Los Simpson, para mediometraje felliniano –Toby Dammit (1968)–, para documentales biográficos, para cortos de animación, para activar la carrera de Tim Burton… Despidámonos, precisamente, con su Vincent (1982), una deliciosa producción en stop motion con la que entonces animador de Walt Disney Productions homenajeaba a su adorado Price. El actor afirmó más tarde que este honor fue lo más gratificante que le sucedió en toda su vida, “mejor que una estrella en el Paseo de la Fama”. Al fin y al cabo, todo el que se pega a Poe el suficiente tiempo acaba alcanzando, como él, la inmortalidad.